08 febrero 2006

El árbol sefirótico


Los Maestros de la Tradición enseñan que el objeto principal de la búsqueda del hombre, conocer a Dios, sólo se alcanza por medio de un don, es decir, que se trata de algo que se da y se recibe, éste es el sentido de la palabra «Cábala». Por lo tanto, este objetivo no se logra por elucubración personal o como quien resuelve una ecuación, sino que se realiza como por succión del fruto de un árbol, absorbiendo su esencia, así lo describe Isaac, el ciego, en su comentario al Sefer Yetsirá I, 1. En el Apocalipsis de San Juan (XXII, 14) está escrito: «Bienaventurados los que lavan sus ropas para tener derecho al Árbol de la Vida...» Este árbol «fuente de vida eterna» (Génesis III, 22), es el que caracteriza al Paraíso Terrenal, y ¿qué puede ser fuente de vida eterna sino Dios mismo? Pero resulta que Dios sólo puede ser accesible al hombre en tanto que manifiesto y localizado. Es por ello precisamente, por lo que el punto de referencia principal de los cabalistas lo constituye el Mundo divino o Manifestación divina, al que simbolizan mediante un esquema: el Árbol sefirótico; que siempre se mantendrá como punto de referencia, directa o indirectamente, en todos sus escritos. La palabra sefirá, singular de sefirot, proviene de la raíz SFR, que significa: `numerar', `contar', `explicar', `escribir', `instruir' y `determinar'; pero que los cabalistas usan en el sentido de «emanación divina».
Este término, empleado en dicho sentido, aparece por primera vez en el Libro de la Formación, Sefer Yetsirá; libro de autor anónimo que parece ser anterior al siglo VI. De las sefirot, el Sefer Yetsirá sólo nos dice que son diez y, en un lenguaje que recuerda al de los filósofos herméticos, las «describe», si es que así puede decirse, pero no les da un nombre propio. En el Bahir se empezará a hacerlo y los cabalistas provenzales los establecerán definitivamente. El Sefer Yetsirá empieza de la siguiente manera: «En treinta y dos vías secretas de Sabiduría, Dios -aquí aparecen diez nombres de la divinidad-, santificado sea su Nombre, estableció y creó su Mundo». Lo primero que salta a la vista es que dice «su Mundo»; quizá porque no se trata del mundo caído, sino del Mundo de la divinidad. También dice que son «treinta y dos vías». Es cuanto menos curiosa esta cifra, pues corresponde a la palabra hebrea LeB, `corazón', y ningún conocedor ha dejado de afirmar que sólo a través del corazón se puede llegar a Dios. Continúa y acaba esta sección diciendo cuáles son estas treinta y dos vías: «Diez Sefirot belimá y veintidós letras de fundamento -las veintidós letras del alfabeto hebreo-»".
Esto refleja claramente la estructura gráfica del Arbol Sefirótico, formado por diez «esferas» y veintidós «canales» que las ligan entre sí. Pero este Mundo de la divinidad no es un todo cerrado; en realidad, tal como hemos dicho, corresponde a su aspecto manifestado que, simplificando, podemos decir se desarrolla a partir de su aspecto no manifestado, llamado Ein Sof o `Sin Límite', del que no se puede decir nada. «De Él no se ha de hacer ni un fin ni un comienzo» (Zohar II, 239a).
Eli